La 'fiebre' gallega del wolframio enriqueció al Banco Pastor y propició la creación de empresas como Unión Fenosa y Finsa gracias al dinero nazi

El wolframio tenía una importancia estratégica para el III Reich en el fortalecimiento de su ejército
Gobernantes locales, dirigentes del Régimen, elementos policiales, empresas y entidades financieras participaron del lucro derivado del auge del tungsteno en la Segunda Guerra Mundial.

La extracción de wolframio para nutrir la maquinaria bélica de los nazis en la Segunda Guerra Mundial significó la mayor fiebre minera del Estado en el siglo XX y tuvo su núcleo principal en las minas gallegas. En un conflicto bélico en el que Franco se mantuvo oficialmente neutral, Galicia fue base para submarinos, aeródromos y tecnologicas de comunicación alemanas, así como centro de redes de espionaje y un territorio fundamental para el abastecimiento de materias primas decisivas para sustentar la capacidad militar de Adolf Hitler. El dinero aportado por los nazis fue determinante para el enriquecimiento del Banco Pastor, para la creación de Unión Fenosa y para la dotación de capital para constituir la maderera Finsa.

La guerra entre China y Japón iniciada en 1937 le cerró el acceso a la mayor reserva de wolframio del mundo al aparato nazi, localizada en el primero de estos países. Por ello Alemania puso el ojo en Galicia, que disponía de los mejores yacimientos de este mineral en Europa. El wolframio era imprescindible para el endurecimiento del blindaje de sus acorazados y para fortalecer la capacidad destructiva de sus proyectiles. Y el hecho de que Franco tuviese que afrontar una gran deuda por el apoyo nazi en la Guerra Civil, propició que el líder de las potencias del Eje contase con facilidades para obtener esta preciada materia prima, que exportaba a través de empresas controladas por su capital con sede en territorio gallego.


Alrededor de 20.000 personas trabajaron oficialmente en las minas, y probablemente muchas más lo hicieron de manera clandestina, buscando el material en áreas sin explorar o durante las madrugadas en unas minas custodiadas por la Guardia Civil y el Ejército español. Mientras el salario de un operario de la época rondaba las 19 pesetas, cualquier persona podía ganar 200 por vender un kilo de tungsteno.


Durante la II Guerra Mundial, la extracción ilegal de este mineral suministró unas 15.000 toneladas, mientras que la extracción controlada por el Estado sirvió para vender aproximadamente la mitad, según apunta el ingeniero de la empresa Norcontrol, Joaquín Ruiz Mora. Este dato permite entender el impacto sin precedentes que representó para la economía gallega la venta de wolframio, tanto para los empresarios y el aparato del régimen fascista, como para los gallegos y gallegas sin recursos.

El catedrático de Historia de las Instituciones Económicas de la Universidad de Santiago, Joám Carmona, considera que se trató de la mayor fiebre minera del siglo XX en el Estado español. Según el profesor, “en ningún otro sector económico tuvo Galicia tanta importancia en el escenario mundial”, llevando el nombre de las minas gallegas a “todas las cancillerías”.


Mientras tanto, la ventaja militar que proporcionaba el uso de este mineral a los nazis fue descubierta por el bando aliado. Entonces empezaron a comprar de forma masiva wolframio en Galicia con el único objetivo de que no fuese a parar a manos alemanas, dado que desconocían el proceso de elaboración que posibilitaba su aprovechamiento militar en aquella época. Así, entre 1942 y 1944 el precio del wolframio se multiplicó por cuatro cada año, forzando la intensificación de los trabajos de extracción e incrementando su valor de venta por los fuertes impuestos que el régimen de Franco aprovechó para imponer sobre su exportación.


Al final de la Guerra y con la balanza ya inclinada para las fuerzas aliadas, ingleses y americanos aumentaron la presión sobre el régimen español para que impidiese la venta de wolframio a los nazis, después de constatar el fracaso de la política de compras preventivas. Medidas diplomáticas y, sobre todo, el embargo del comercio de petróleo para el Estado, obligaron al general Franco a bloquear la salida de este mineral para Alemania.

La llamada fiebre del wolframio acababa y solo resucitaría entre 1948 y 1952 con la Guerra de Corea, aunque entonces los compradores serían americanos y los vendedores estaban más estructurados. Entonces fue el asturiano Grupo Fierro quien lideró este nuevo proceso.

UNA HISTORIA CASI OLVIDADA

El fenómeno de la extracción del wolframio suscitó cierta proyección bibliográfica y mediática, pero no existen estudios que analicen la incidencia del mismo sobre ciertos emporios empresariales que hoy se mantienen en Galicia.


El caso más destacable es el del Banco Pastor, cuyos lucros obtenidos por el wolframio lo introdujeron entre los aliados financieros con más poder y relaciones en el seno del aparato fascista. Pedro Barrié de la Maza se apoderaba de la presidencia del Pastor a comienzos de la década de los ‘40 y una de sus primeras medidas relevantes consistió en la compra de las minas estratégicas de Sanfíns, en Lousame, a través de las Industrias Gallegas en 1941.


Un año más tarde empezaba la fiebre minera y con ella el enriquecimiento acelerado del Pastor, lo que proporcionó la solvencia suficiente al banco para crear en 1943 la eléctrica Unión Fenosa y un poco más tarde introducirse en Astano. El régimen protegía la extracción y comercialización de su tungsteno al considerarlo “mineral de interés para la defensa nacional”, y progresivamente Barrié se afianzó como uno de los empresarios de referencia en el Franquismo. Años antes fue uno de los principales financieros del bando nacional durante la Guerra Civil Española.


Mucho más desconocida, aunque no por eso falta de relevancia, es la relación de la fiebre del wolframio con el origen de la maderera Finsa. El empresario compostelano José Parga Moure había conseguido obtener antes de los años dorados la mayor parte de las minas de Varilongo en Santa Comba, otro de los núcleos centrales de la extracción del mineral, que llegó a tener empleadas a cerca de 4.000 personas. Su fortuna emergió en consecuencia de estos lucros, según apunta Julián Rodríguez en Señores de Galicia, y sirvió para que se convirtiese en un socio capitalista determinante de Manuel García Cambón, a quien respaldó financieramente cuando este se dispuso a crear en 1946 la hoy multinacional maderera Finsa.


Aparte de los que ya antes se dedicaban al mundo empresarial, hubo muchas personas influyentes que aprovecharon la fiebre del también llamado oro negro para incorporarse a los negocios. Ese fue el caso de Jacinto Amigo Leira, aliado con el médico Pedro Abelenda, que había planificado la explotación de las importantes minas de Monte Neme y conseguido el apoyo del influyente Amigo Leira, por aquel entonces juez local. Optaron por el camino más cómodo y lucrativo: cedieron en concesión la explotación a la sociedad nazi Sofindus y se limitaron a contabilizar los réditos que llenaron sus arcas.
 

Jacinto Amigo -conocido como el Tío Chinto- poco tardaría en ser alcalde de Carballo y en conseguir relaciones con altas autoridades militares, judiciales, empresariales y diplomáticas. Al estilo de las mafias, fue el auténtico señor de Carballo, el que repartía favores, procuraba apoyos del régimen para sus finalidades y realizaba labores como filántropo en su área de influencia. En diez años, la localidad de la comarca de Bergantiños pasaba de tener 1.500 habitantes a 3.000 gracias a la incidencia de la explotación minera sobre su economía.

Este artículo fue publicado originalmente  por Hilda Carballo en gallego en el nº93 del diario Novas da Galiza y reproducido en Creative Commons por Diagonal Periódico el 7 de diciembre de 2010.

AM/Red
13.7.2014

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